Roma, bautizada por Albio Tibulo como “La ciudad eterna”, porque en ella el tiempo parece haberse parado hace siglos, acogía al Real Betis en un duelo histórico en la Europa League. La urbe que vio nacer a Julio César, Augusto, Botticelli y Rómulo, entre otros, se dibujó como el destino más reciente de los béticos que, como siempre, no fallaron a la cita.
Sin embargo, supeditar la historia del Real Betis y su afición a este tipo de partidos es faltar a la idiosincrasia de un club defendido de igual manera en cualquiera de los escenarios. Esto no es más que reconocer que la infantería verdiblanca no entiende de grandeza ni discrimina, sino que su fidelidad va más allá de las circunstancias del evento.
No es cuestión de demagogia o populismo, simplemente hay que tirar de hemeroteca. Corría el 2014 en Palamós, donde un diluvio vespertino se ensañaba con el terreno de juego y hacía casi imposible la práctica del fútbol. Merino comandaba un equipo en horas bajas tras la destitución de Julio Velázquez. No obstante, aquellos “locos de la cabeza” estaban allí, coloreando de verde esperanza las gradas inundadas del estadio. No fue fácil, tampoco efímero, fue un proceso paciente que pasó por un Miniestadi donde el Betis parecería jugar como local. También fueron testigos Sabadell, Fuenlabrada, Alcorcón y, entre muchas otras, una Salamanca que presenciaba un desplazamiento de 7.000 almas béticas en busca de un ansiado ascenso que no llegó a materializarse, pero dejó el orgullo de esos fieles intacto para la siguiente cita.
Fueron descensos, algunos muy dolorosos, ascensos, logros y fracasos, pero el bético siempre estuvo ahí, con esa incondicionalidad digna de muy pocas aficiones. Acuñando el mítico e histórico lema del “Manquepierda”, cual escudero que sabe que ha perdido la guerra antes de luchar, la afición del Real Betis se cargó a la espalda la dura transición deportiva que hoy en día sitúa al club en una posición privilegiada.
Ayer, la expedición pintó la ciudad de las siete colinas de verde y blanco, con la misma humildad y pasión que tiñó las gradas visitantes de Segunda División. La emocionante estampa de la Piazza del Duomo en Milán, volvía a repetirse cuatro años después, esta vez en la capital del país transalpino. Los béticos, aparentemente felices, disfrutaban de un privilegio tan merecido como sufrido. En el tramo final del partido, la grada visitante era una fiesta, cánticos al unísono y olés en Olímpico de Roma. Otro sello para la historia, otra página de oro para una mil veces alanceada pero nunca derrotada afición. Un Real Betis en construcción que ahora representa la competición nacional por Europa, a sabiendas de que si volviera a caer, nunca caminaría solo.