De Oliveira a Molina, un legado en verdiblanco

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Dicen que nadie otorga el valor suficiente a un recuerdo hasta que se convierte en memoria. Un abrazo que se desvanece, una risa que alumbró tu alma o una canción que te llevaba a ese mundo paralelo que hoy se convierte en metáfora.

Si los aires son de samba, no existe lugar más adecuado que São Paulo para esa melodía alegre que se esfuma tan rápido, que necesitas escucharla por segunda vez. La samba sonó dos veces en el Villamarín, aunque fueron 36 los bailes de Ricardo Oliveira con la elástica verdiblanca. Su mejor baile lo daría en el Vicente Calderón allá por 2005, cuando un saque de banda de Melli, peinado por Varela y prolongado por Edú, propiciaba una carrera inolvidable en la que Oliveira ganó definiendo con la sutileza de un ensayo de Montaigne. Un Betis muy “carioca” se proclamaba campeón de españa y Oliveira se ganaba el corazón de todos los béticos.

Si te gusta más el rock, es indispensable la hemeroteca de un viejo rockero, Jorge Molina. El Villamarín oyó Thunder Road, Highway to Hell o Don’t Stop Me Now en cada gol del Alcoyano y se las sabe de memoria, ya que fueron 77 dianas. En una sociedad inigualable con su pareja de baile, Rubén Castro, defendieron al Real Betis en las duras y en las maduras, en las glorias y en los avernos. Un trabajador incansable, experto en las alturas y un felino del gol. Nunca una letra de Los Beatles describió una relación de amor más fidedigna.

Ambos apagan su música, dejan de producir hitos históricos en forma de goles, melodías reconocibles en la garganta de narradores de época y el estribillo hecho himno a coro por los béticos. Dicen que la mejor forma de hacer un gran trabajo es amando lo que haces, y así lo hicisteis. Jorge y Ricardo, Molina y Oliveira, el 19 y el 12, dicen adiós al fútbol dejando mella en el corazón de cada bético.

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