Opinión| The last dance

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No. No os voy a hablar del conocido documental sobre el mítico 23 de la ciudad del viento. Aunque sí os hablaré de leyendas y números. Corría la temporada 98-99 cuando el Betis Juvenil de División de Honor, que adiestraba Miguel Valenzuela, se alzaba con su segunda Copa del Rey consecutiva. Una generación de oro capitaneada por Toni Doblas, que hacía doblete junto a Marcos Terán y Salguero, junto a Arzu, Antoñito, Tati Maldonado o el goleador Dani, tocado por la varita mágica de los goles importantes desde tierna edad. Pero los que seguían la cantera, por aquel entonces, hablaban de un ‘8’ descarado y desequilibrante, que ya iba con la Selección Española Sub18. Un jugador de El Puerto de Santa María que jugaba, en el sentido literal de la palabra, al fútbol. Joaquín llegó a la élite para hacer cosas importantes y vaya si lo consiguió.

En su primer año con el primer equipo verdiblanco, consiguió el ascenso a Primera División. Y aquel joven con cara de travieso ya llenaba agendas de los equipos más grandes. Seis temporadas duró su primera etapa en el equipo de las trece barras. Una participación en Champions y un par en la Copa de la UEFA (una de ellas al caer eliminado en Champions). Pero la cima la alcanzó en 2005 cuando el Betis levantaba su segunda Copa del Rey con Joaquín desquiciando al Osasuna entero, especialmente a Pablo García, y con el gol de Dani, el de la varita mágica. Llegó Selección Española, con la sensación de haber representado a España mucho menos de lo que merecía.

Tras un tiempo lejos del Villamarín, por tierras valencianas, costasoleñas y florentinas, volvía a Sevilla en 2015 tras un verano eterno de guiños y presiones para volver a casa (me resulta familiar), con brazo escayolado incluido. Volvía con 34 años y tres años de contrato. Algo excesivo y que al final resultó corto, pues Joaquín va a jugar su octava temporada desde que volvió.

Ya dije que hablaría de leyendas y números y es que el ‘17’ bético es un mito viviente, un jugador que ha escrito historia con tinta verde sobre blanco. El jugador que más partidos ha defendido nuestra camiseta y el único que ha ganado dos Copas del Rey. Y el jugador de campo que más partidos ha jugado en toda la historia de la Liga española.

Y todo sazonado con ese carácter que hace que salga ovacionado de todos los campos que pisa y que le hace ser clave en el equipo. Dentro y fuera del campo. Porque si algo tiene el equipo de Pellegrini es un vestuario bien avenido, en el que Joaquín juega un papel clave contagiando buen rollo. Pero cada día que pasa, estamos más cerca de su último baile. Un día que, personalmente, no quiero que llegue, pero llegará. Y Joaquín subirá, si no la ha hecho ya, a los altares verdiblancos.

Pocos argumentos quedan para no decir que el portuense es una de las leyendas más importantes del Betis, como lo fueron Del Sol, Cardeñosa, Esnaola o Gordillo. Mientras llega ese día, disfrutemos de alguien que, básicamente, ha hecho muy felices a los béticos durante muchos años. Felicidad condensada en la noche del 23 de abril en la que Joaquín levantó al cielo de Sevilla la tercera Copa. Y la noche en la que se confirmó que el último baile tardaría un año más, al menos, en llegar

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