Siempre quedará el recuerdo de aquel 23 de abril en la memoria de los béticos. Tras 17 años de sequía, de peregrinaje por la más absoluta indiferencia, sin honrar a su afición y su historia.
Sin embargo, su masa social, esa que no conoce lo imposible, siempre se mantuvo al pie del cañón. Sufrimiento, desolación y desesperación fueron sentimientos encontrados en estas casi dos décadas.
Sin embargo, haciendo verdad al refrán: “Cada uno recoge lo que siembra”, se hizo historia aquel lluvioso sábado en Sevilla. La afición verdiblanca sembró esperanza, ilusión, fidelidad y, además de sembrar, también soñó, con días de gestas: “Tienes que ganar la Copa, a Plaza Nueva hay que volver”. Y de tanto soñar y sembrar, cosechó de nuevo la gloria aquella noche en La Cartuja. Y es que, “La fe mueve montañas”.
Una noche para los anales de la historia, de las que no se olvidan. Los rostros de los béticos eran de liberación, del fin de un sufrimiento y el comienzo de algo ilusionante. Abrazos y besos que quedaron inmortalizados para el recuerdo. Era el resultado de soportar, de no dejar de creer y aguantar la tormenta.
Muchos fueron los jugadores que quisieron llevar un trocito de aquel 23 de abril en su piel para siempre. Una silueta del trofeo fue el boceto elegido por la mayoría para grabarlo en la piel. Canales, Guardado, Camarasa, Willian José, Juanmi…aprovecharon la oportunidad para eternizar la épica gestada.
Sin embargo, hace unos días, se hacía viral en Twitter el recuerdo que un bético quiso plasmar en forma de tatuaje. Un abrazo con su padre en el Estadio Benito Villamarín en mitad del éxtasis que desató el gol de Borja Iglesias, que sabe a liberación. Un regalo de cumpleaños que su padre nunca olvidará. Un amor que desciende de padres a hijos y sucumbe en ese abrazo tan real como emotivo.