Opinión| Una afición madura

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No está siendo un verano fácil para el aficionado bético que ve cómo, una y otra vez, desde los medios y las redes se les intenta envenenar contra su club.  Y es que tan cierto es que la no inscripción de los fichajes y los renovados antes del primer partido de liga son una chapuza, como que se intenta usar esta chapuza para reiniciar unos ataques teledirigidos a los que mandan en el Real Betis Balompié. Ataques que no han dejado de sucederse desde que entraron en la dirigencia, aunque la evidencia del crecimiento sea tan palmaria como irrefutable.

Lo que tienen en común esos ataques son una tendencia a exagerar, a ir hacia el melodrama barato y novelesco, para crear la zozobra y la intranquilidad suficiente como para que algo que podría ser perfectamente criticable, se eleve a razón de estado y, por sí misma, siembre los vientos de la revolución. Por que al final, todo esto va de unos revolucionarios armados con redes sociales, fake news y mucha mala baba.

Da lo mismo que sea un entrenador que tiene al equipo en tres competiciones, peleando plaza Champions en liga y semifinales en Copa, que si ahí ven un resquicio, lo van a usar, aunque sea en perjuicio de la clasificación en liga, porque sí, en esta ocasión sí consiguieron crear la suficiente marejada como para que de un barco que navegaba con solvencia, se bajaran los dos responsables del aspecto deportivo. Una marejada que aprovecharon para atacar a los timoneles tras realizar los arreglos más caros de su historia al barco, arreglos que no resultaron en su primer año pero fueron fundamentales para los dos siguientes, los que nos han traído dos clasificaciones históricas para Europa League, y una Copa del Rey en lo que es el mejor año de nuestra historia en temporada con tres competiciones.

El creador de zozobra no descansa, no se alegra de que al Betis le vaya bien, sino que busca resquicios para vender la idea de que lo pasado no se debe a un buen trabajo del club. Busca la manera de introducir la división en la grada, en este caso, todo se debe a la magia de Manuel Pellegrini, y todo lo demás es mediocre o directamente malo.

Y claro, llegamos a este verano con el corazón contento y lleno de alegría, con las aspiraciones a tope porque vemos que tenemos un equipo ganador, no milagroso, sino trabajado, con buenos jugadores y una dirección fabulosa en el césped… y, tenemos que reconocerlo, todos sabíamos porque lo habían repetido hasta la saciedad, que el Betis necesitaba vender por valor de unos 25-30 millones de euros. Lo que ninguno veíamos claro eran las consecuencias de no hacerlo.  Cuando estas consecuencias han llegado, el golpe a la moral de la tripulación ha sido fuerte.

Imagínense. Siete jugadores sin ser inscritos para el primer partido de liga porque el club no ha podido arreglar el problema con el limite salarial. Siete. Una barbaridad. Un error grueso, sin paliativos. La imagen del club por los suelos. Esto es así y así hay que decirlo. Para colmo, se lesionan tres jugadores y dos de ellos eran presuntos titulares, Sabaly y Canales. El enfado porque peligran los primeros tres puntos es evidente, y es que una cosa es que te ganen porque han jugado mejor que tú, y otra es que te ganen por darles facilidades desde los despachos.

Ningún troll, ningún tóxico va a perder esta oportunidad de oro de meter cizaña. Y ojo, que no me refiero a la gente que legítimamente se queja de una situación perfectamente criticable. La diferencia entre un bético preocupado y un tóxico es que el primero, sobre todo, quiere que el Betis gane, no pide que Pellegrini se vaya para demostrar que Haro y Catalán son malos, no pide grandes pitadas en la primera jornada de liga para saciar su necesidad de crear un ambiente turbio que, como ya pasó años antes, termine con directivos y entrenador saliendo de mala manera.

A estos intoxicadores semiprofesionales, se les une una labor realmente lamentable de la prensa. Insistiendo en dividir lo que pasa en el césped de lo que pasa en los despachos, cuando el gran problema en los despachos es que se niegan a malvender lo que hay en el césped. Oiga, que la alternativa es aceptar cualquier oferta que llegue y luego rezar por encontrar sustitutos a coste cero o muy baratos, que rindan de forma semejante a los que se han ido.

Lo cierto es que todo es complicado de asimilar y entender, pero la realidad acuciante es que la gestión, la apuesta del club este verano, no ha salido bien, y la plantilla está coja a día de hoy. Muy coja.

Con este panorama se presenta el Real Betis Balompié en el partido inaugural de la temporada en Villamarín, con un once de garantías y mucho canterano en el banquillo. Y la grada del templo verdiblanco se llena un lunes de mitad de agosto, en pleno puente, con más de cincuenta mil personas; y estos béticos, lejos de comprar la idea tóxica de los que juegan sus cartas en pos de beneficios propios o ajenos, dan una clase extraordinaria de cómo se anima en un terreno de juego, de cómo se lleva a su equipo hacia la victoria, de cómo se presiona al rival y al árbitro… La afición presente en el Benito Villamarín dio una clase de madurez y de entender la realidad de la vida que deja muy en pañales a lo que se lee en redes sociales.

Un servidor salió el lunes del partido enamorado de la afición de su equipo, de su templo, de sus jugadores y de su entrenador. Y sí, en las conversaciones con otros béticos se hablaba de la cagada de los no inscritos, pero siempre desde un intento de comprender esta realidad y la dificultad que conlleva el querer no vender a nadie, porque, maldita sea, nuestros jugadores son buenísimos.

Y quizás, otro día, hablaremos de cómo es posible que los que achacan todo a la magia del míster, luego se quejen de cualquier venta que haga el Betis tachándola de ridícula. Hablaremos de la congruencia.

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